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El labriego que no encontraría la felicidad

Mauricio Priego 24/Dic/2011 3

Hace algún tiempo vivía en cierta comarca un labriego entregado a su trabajo y a la manutención de su familia, y sobre quien pesaba una dura maldición: Jamás encontraría la felicidad. Una hechicera le había maldecido tiempo atrás y el labriego, incrédulo y jactancioso en un principio, observó cómo su vida se convertía en una larga y penosa condena.




 Su día empezaba temprano, antes de la salida del sol, cuando se levantaba cansado y con el deseo de haber podido dormir un poco más. Sus primeras actividades las realizaba en medio de la penumbra y el frío, lo cual le hacía añorar aun más su cálido lecho. Los alimentos de la mañana eran un momento fugaz colmado de instantes de tensión entre los miembros de la familia: que uno de los niños no quiere comer, que al otro se le hace tarde, que alguien más se despertó de malas, que nadie ayuda con los platos sucios o a limpiar la mesa. Solía pensar en lo que se encaminaba a la parcela sobre la suerte de mujer que le había tocado hasta que ese pensamiento era opacado por el de las tareas que le esperaban en el campo… El capataz parecía no entender que sólo era un hombre y lo colmaba de actividades: que aquí hay que abrir una zanja, que se requiere preparar la siembra, que el cerco norte sigue sin repararse, que ahora hay que ayudar a aquel compañero con el hato, ¡que cómo es posible que aún no se termine la zanja! Y mientras se afanaba entre tantas actividades solía recordar con amargura la maldición que pesaba sobre él.

Pero un día decidió rebelarse. ¡Buscaría la felicidad y no pararía hasta encontrarla! De esta forma dejó su casa y su parcela y se encaminó en su busca.

Lo primero que hizo fue buscar otros campos donde hubiese un capataz más justo, pero en cuanto empezaban las faenas todos sacaban tarde o temprano las uñas: Algunos no pagaban lo que él consideraba justo, otros abusaban del horario, unos más no le daban las herramientas adecuadas y, aún que conoció algunos realmente nobles, se veían afectados por temporales o heladas de forma que al final le exigían redoblar esfuerzos para recuperar las cosechas perdidas.

¡Y quizá ese era el problema! ¡Eran sus campos! Por lo que se decidió a hacerse de su propio campo y ser ahora él el capataz. Sin embargo, desde el principio se topó con el problema de conseguir el grano para sembrar, las herramientas de labranza, materiales para combatir las plagas. Al poco tiempo se descubrió teniendo que trabajar más que antes y con el problema de que, si no salía para el campo, nadie más lo cubriría por lo cual el trabajo no era hecho. A cada golpe del azadón le parecía escuchar a lo lejos las risotadas de aquella hechicera.

Mientras tanto había conocido otras mujeres, mas ninguna de ellas había logrado darle una felicidad completa ya que tarde o temprano lo herían. A veces con palabras, a veces con sus actos, pero siempre salía trasquilado.

Finalmente se sentó a llorar su pena al borde de un camino, bajo un sol abrasador. Era claro que la maldición le seguiría hasta su muerte.

Aún se encontraba sumido en sus tristes pensamientos cuando acertó a pasar por ahí otro caminante, el cual, claramente cansado, se sentó a poca distancia dedicándole una sonrisa.

– ¡Buen día! Hoy está fuerte el sol…

– Sí, – se quejó el labriego – hace un calor de todos los infiernos

– Pero en los infiernos no ha de haber flores tan bellas como las que nos rodean, ¿no crees?

Hasta ese momento no había dado importancia al campo que le rodeaba. Flores de diversos colores se mecían al viento mientras un riachuelo pasaba cerca susurrando frescas promesas a las plantas que cubrían su rivera. El caminante se levantó, se acercó al riachuelo, y se lavó el rostro.

– Deberías acercarte también a refrescarte un poco. – le invitó el caminante – ¿A dónde vas?

– Realmente no lo sé. – Se sinceró el labriego –  Hace tiempo que salí de casa cansado de los problemas deseando encontrar la felicidad, pero a cada paso que doy pareciera que en lugar de acercarme a ella, me alejo.

– Pues no creo que la encuentres buscándola – contestó el caminante – ya que hasta donde sé es muy esquiva.

– Pero si no la busco, ¿cómo podré hallarla?

– Observa al río. ¿No está también él bajo un sol abrasador? ¿Dónde encontrará alivio para soportar el calor? Por más que busque la frescura no la encontrará, ya que habita en sus aguas. Él es la frescura. Ahora observa a la flor, ¿podrá buscar la belleza si la busca? Creo que no, porque a su alrededor solo hay abrojos. Sin embargo, la belleza habita en ella.

– No es tan fácil. – Contestó el labriego – Si corto la flor se marchita y pierde su belleza, y si bloqueo al río sus aguas se estancarán, por lo que se calentarán con el sol.

– Así es amigo, – Contestó el caminante – nadie ha dicho que sea fácil.

Y menos si alguien más interfiere con sus propias decisiones. – Sentenció el labriego.

Dicho esto el caminante se despidió y siguió su camino, con lo cual el labriego retomó también el suyo. Al caer la tarde llegó a un huerto donde una mujer joven terminaba sus quehaceres.

– Disculpa, – le preguntó – ¿sabes si hay cerca de aquí algún lugar dónde pasar la noche?

–  El pueblo más cercano está a una jornada de camino – le contestó la joven – pero podrías quedarte aquí con nosotros. Mi esposo está por llegar.

Dicho esto se levantó, observando entonces el labriego que bajo aquel delantal únicamente había una pierna.

– Hace algún tiempo unos bandidos entraron en el huerto, robaron nuestras cosas y destruyeron el cobertizo. – comentó la joven adivinando sus pensamientos – Mi esposo me había ocultado ahí, por lo que al caer los maderos me lastimaron la pierna al grado que tuvieron que cortármela.

– No entiendo. – Contestó ante su historia el labriego – Yo soy un desconocido y sin embargo me has abierto las puertas de tu casa. ¿Cómo sabes que no soy también un bandido que ha venido a lastimarte?

– Por cada bandido existen muchas personas honestas. ¿He de darles la espalda a tantos por lo que hizo uno?

– Pero perdiste una pierna, ¿acaso eso no es suficiente?

– No puedes vivir tu vida a expensas de lo que sucede a tu alrededor. Cada persona es distinta y las situaciones son cambiantes, lo que te haría vivir constantemente angustiado.

– Pero, ¿no sientes que aquellos bandidos quitaron frescura a tu vida, que marchitaron tu juventud?

– No. Ellos únicamente me lastimaron una pierna. La única persona que puede herir mi fe y socavar mi esperanza soy yo misma.

El labriego pasó toda la noche pensando en los comentarios del caminante y de la joven, decidiendo al día siguiente regresar a su casa.

Y desde entonces siguió levantándose antes de salir el sol, dando gracias por tener la oportunidad de vivir un día más y haciendo una pequeña oración por los que no volverían a tener la oportunidad de ver el campo.

Seguía iniciando sus actividades en la penumbra, pero se deleitaba viendo el fulgor de las estrellas, percibiendo el fresco aroma del campo, escuchando el trino de las aves que también despertaban.

Dejó de preocuparse por la suerte de mujer que le tocó y agradeció la suerte de tenerla por esposa, amándola por lo que era en vez de lamentarse por lo que quisiera que fuera.

Dedicó al trabajo sus habilidades, viviendo un día a la vez, dando su mejor esfuerzo.

Y de esta manera vivió feliz los años que le quedaron de vida, después de comprender que más que una maldición las palabras de aquella hechicera eran el secreto de la verdadera felicidad:

La felicidad no puede buscarse, sino tan solo vivirse.

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3 Comentarios »

  1. ELOY LOPEZ 07/Sep/2013 en 3:45 pm - Responder

    Estimado Mauricio,

    Dicen que quien escondió un lugar donde los humanos no la encontraran fácilmente: DENTRO DE ELLOS MISMOS.

    Es el último lugar donde buscaran. Dijeron.

    Buen post. Gracias por escribirlo.

    Te mando un abrazo.

    • Mauricio Priego 08/Sep/2013 en 10:43 pm - Responder

      Gracias a ti Eloy por apreciar el cuento. Los cuentos en especial son muy especiales para mi por lo que los escribo con mucho cariño.
      Éxito en esta semana que empieza… Y, como bien dices, a descubrir la felicidad en nuestro interior.
      Recibe también un fuerte abrazo 🙂

  2. Garessi03 28/Ene/2012 en 6:49 pm - Responder

    Estimado Mauricio Priego, poco a poco, al ir leyendo una a una sus historias, que más que historias, las considero… ‘Pequeñas Grandes Fábulas!, en donde siempre encuentro ‘una enseñanza’ a seguir, he encontrado motivación real para esforzarme día a día por ser alguien mejor. Su Fé en Dios, en la vida y, en usted mismo, es ejemplo a seguir.

    Saludos y, hasta la próxima.

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