Como ya es tradición en cada año, tengo para ustedes un obsequio: El cuento de Navidad 2022, el cual nace de mi deseo de llevar a sus hogares algo más que sólo temas financieros. En esta ocasión el cuento es colaboración de mi hija, Mariana, y se los comparto con cariño y orgullo. Confío que les guste…
Érase una vez un lindo pingüino que vivía en su iglú en lo alto de un iceberg, por lo que a través de su ventana podía ver el bello e inmenso océano azul. Todos los días tenía la suerte de observar los colores más bellos del cielo al momento en el que amanecía y anochecía. E incluso, durante la noche, podía ver las auroras australes que iluminaban el cielo en un gran destello.
Además de contar con esas vistas impresionantes, a Ushuaia le gustaba deslizarse en la nieve y hacer acrobacias en el aire para entonces zambullirse en el océano, cazar algunos peces y nadar un rato junto con sus amigos pingüinos.
Sin embargo, Ushuaia no era del todo feliz. De hecho, se sentía insatisfecho. Él tenía un sueño… Un sueño que muchos podrían pensar alocado e inalcanzable para un pingüino, ya que lo que él anhelaba era poder volar.
En los momentos en que veía el cielo a través de la ventana de su iglú, observaba a las aves volar hasta desaparecer poco a poco en el horizonte. Y así, observando el vuelo de las aves, empezaba a aletear mirando hacia arriba con la fantasía e ilusión de que, en alguno de esos intentos, podría volar.
Al pasar las semanas el comportamiento de Ushuaia comenzó a ser muy notorio entre sus amigos. Se veía triste y le faltaba la chispa que lo caracterizaba, por lo que sus amigos se acercaron a él y le preguntaron qué sucedía.
Ushuaia, temeroso de externar lo que le inquietaba, les dijo a sus amigos que no le ocurría nada. Sin embargo, sus amigos lo conocían bien.
– «Ten confianza de decir lo que te pasaba y lo que sientes» – Le dijeron.
Entonces Ushuaia se armó de valor. Con voz algo quebrada y los ojos cristalinos, les contó a sus amigos su sueño frustrado de poder volar. Sobre lo infeliz que se sentía por no tener alas con las cuales pudiera emprender vuelo, y lograr ser como una de esas aves que desaparecían a lo lejos en el horizonte.
Para su sorpresa sus amigos lo abrazaron. En vez de criticarlo o burlarse de ese absurdo sueño, lo alentaron a cumplirlo. Le hicieron ver que siempre hay posibilidades y diversos caminos para lograr un sueño, además de que él siempre encontraría un gran apoyo en ellos.
Entonces pusieron aletas a la obra: Le dijeron a Ushuaia que, si bien no podría volar por él mismo porque sus alas estaban diseñadas para nadar y bucear, con la ayuda de alguna herramienta que lo impulsase podría hacer realidad su sueño.
Y fue así como Ushuaia, con ayuda de sus amigos, creó alas para volar usando plumas de otras aves y algas para sujetarlas. Cuidaron que sus nuevas alas tuvieran colores que simulaban a la aurora austral, que tanto le gustaba observar por las noches.
Finalmente, en un atardecer brillante y lleno de color, Ushuaia subió a la punta de un iceberg cargando sus alas para volar. Sus amigos estaban ahí, animándolo. Ushuaia soltó un suspiro. Sin pensarlo dos veces agarró vuelo y, justo cuando iba a caerse del iceberg, cerró los ojos. Una lágrima corría por su rostro ante el temor de que posiblemente fuese su fin.
Al pasar los segundos – y percatarse que aún estaba vivo -, lentamente abrió sus ojos. ¡Estaba volando!
Mirando a su alrededor se dio cuenta que volaba junto con los pájaros, para después de unos minutos, ir desapareciendo poco a poco junto con ellos en el horizonte… Sobre el océano azul.
¡Felicidades!
