Como ya es tradición en cada navidad, tengo para ustedes un obsequio: un cuento que nace de mi deseo de llevar a sus hogares algo más que sólo temas financieros. En realidad, la verdadera riqueza la llevamos en nuestro interior. Confío que les guste…
Delante de ellos se habría una basta llanura. Desde donde se encontraban, alcanzaban a ver los barrancos y ríos que tendrían que cruzar para atravesarla. Después de la llanura se alzaban montañas, y, entre ellas, un desfiladero que los conduciría al valle… «El» valle… Aquel valle de tierra fértil, aguas tranquilas y clima templado, donde sus respectivos pueblos podrían guarecerse del frío invierno, cuyas nubes borrascosas se oteaban ya en el horizonte lejano. Pero bien sabían que, si el invierno les alcanzaba cruzando la llanura, quedarían atrapados, y escucharían a la muerte reír entre el ulular del gélido viento.
Ambos suspiraron ante esta idea compartida, más allá de la distancia que los separaba.
Klog y Nag eran los líderes de sus respectivos pueblos, a los cuales guiaban por diferentes sendas desde hacía tiempo. No se conocían. Ni siquiera sabían de la existencia el uno del otro. Pero ambos eran conscientes de que la supervivencia de su gente dependía de que lograran llegar al valle antes de que las lloviznas y la nieve convirtiesen los barrancos y los ríos en una trampa mortal, y que el desfiladero quedase bloqueado por la Gran Muralla Blanca levantada por la tormenta.
Sobre sus pueblos pesaba la misma maldición ancestral: Tenían que recoger, y llevar consigo, toda piedra con la que se cruzasen en el camino. Grandes y chicos llevaban en su espalda sacos en los que iban echando las piedras conforme las levantaban. Por alguna extraña magia los sacos nunca se llenaban, y era imposible romperlos. Más el peso de las piedras no se amortiguaba, por lo que cada hombre, mujer y niño caminaba encorvado bajo el peso de su carga.
En ocasiones se topaban con la piedra al dar un paso. En otras, se desprendían de las orillas del sendero, y si bien se quejaban de su mala suerte, no les quedaba más remedio que levantarlas. Desde luego, no faltaba que alguien, a quien la piedra le quedase a un lado, la pateara sólo para que quedase al frente de alguien más. Y ante tal injusticia podría maldecir, podría insultar, ¡Podría reclamar que en realidad aquella piedra no le correspondía, ya que alguien más la había puesto con malicia en su camino!… Pero no había opción: Tendría que levantar aquella piedra, y cargarla consigo.
Sin embargo, había algo que diferenciaba a los pueblos de Klog y de Nag.
El pueblo de Nag avanzaba encorvado bajo el peso de las piedras. Algunos, aceptando su destino con estoicismo. Otros, descargando su frustración poniendo piedras en el camino de alguien más cada vez que podían. Otros más buscaban como ayudarse mutuamente con la pesada carga, y finalmente había quien sólo se preocupaba por encontrar maneras de cómo evitar cruzarse con más piedras.
Y con esas cargas tenían que descender por los barrancos, para después volver a subir las empinadas paredes de roca. Con ese peso tenían que vadear los ríos y luchar contra la corriente que trataba de tirarlos. Un paso en falso y morirían, arrastrados por el peso de sus piedras.
A primera vista las cosas no eran muy diferentes en el pueblo de Klog. Sin embargo, Klog había descubierto algo: Ante los obstáculos que aparecían en el camino, algunas personas podían sacar ciertas piedras de su saco, y una vez fuera, podían ser utilizadas entre todos para sortearlos.
Gracias a este descubrimiento, el pueblo de Klog usaba las piedras para aplanar y dar firmeza al terreno agreste, mientras que el pueblo de Nag tropezaba y se hundía en el fango.
Con las piedras de las personas adecuadas, el pueblo de Klog hizo puentes para vencer la corriente de los ríos, y levantó caminos que facilitaban el cruce de los barrancos.
Con los obstáculos vencidos, y aminorado el peso de su carga por las piedras retiradas de los sacos, el pueblo de Klog llegó al desfiladero antes de que las nubes del norte cubrieran el cielo. Y para cuando las primeras nevadas cubrieron de blanco lo alto del desfiladero, ellos ya se encontraban a salvo en el valle.
El pueblo de Nag no tuvo tanta suerte. Las nevadas lo sorprendieron aún en la llanura. Muchos murieron al romperse el hielo que ocultaba los ríos bajo sus pies. Otros más cayeron al fondo de los barrancos al hundirse sus pasos en la nieve y perder el equilibrio. Hubo muchos más que se perdieron en la ceguera blanca de la ventisca, y aún hoy caminan extraviados, solos, con su pesada carga a cuestas.
Para cuando Nag y los sobrevivientes llegaron al desfiladero, la Gran Muralla Blanca ya se había levantado. La mayoría se derrumbó. Se resignaron a su suerte, y se quedaron ahí, parados, inmóviles, esperando el falaz consuelo de la muerte.
Unos cuantos se atrevieron a escalar la muralla. Y un puñado de ellos, después de muchas fatigas, logró alcanzar el valle… Pero sus miradas ya estaban vacías, sus cuerpos rotos por el peso de las piedras, y sus almas quebrada por tanto sufrimiento y seres queridos perdidos. Nunca supieron que ya estaban en el valle, por lo que siguieron andando, sin rumbo, arrastrando los pies bajo el peso de su carga.
Amigos míos, las piedras son los problemas, las injusticias, los abusos, insultos y vejaciones que cada día se cruzan en nuestro camino. A veces nosotros las encontramos. En ocasiones son otras personas las que, ya sea con dolo o sin darse cuenta, las ponen en nuestras espaldas. Y no falta que llámese el destino, la suerte, o las vicisitudes propias de la vida, sean quienes pongan esas piedras frente a nosotros.
La llanura es nuestra propia vida, la cual nos presenta constantemente obstáculos para superar.
El valle simboliza la vida plena, donde VIVES disfrutando de cada amanecer, de cada flor, de cada canto de un ave. De la mano firme de un amigo, la mirada profunda de tu familia, y el beso cálido de tu ser amado.
El invierno es la vejez, la cual tarde o temprano nos alcanza.
¿Quieres llegar al Valle? Es sencillo, siempre que pongas en práctica el descubrimiento de Klog:
Las piedras que vas levantando en el camino pueden ser una carga que amargue tu vida, o fuente de experiencia para enfrentar con éxito los obstáculos en tu vida.
Pero cuidado. En este punto muchos se confunden, y se pierden en la ventisca. Sólo puedes sacar piedras de tu bolsa y aminorar tu carga si las usas para CONSTRUIR.
La experiencia no consiste en recordar tus problemas, las humillaciones que has vivido, o las injusticias que has sufrido. Recordarlas sólo te lleva al rencor, a la frustración, los cuales sólo te amargan volviéndose el peso que te impide disfrutar de la vida.
Para que los problemas, humillaciones e injusticias se conviertan en experiencia, tienes que lograr construir algo positivo con ellos.
Mis mejores deseos para ti y tus seres queridos. Feliz Navidad, y un próspero – y no tan retador – año nuevo.
¡Éxito!
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Referencias
- Colección de cuentos compartidos en el pasado
- Canal oficial en YouTube
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