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El secreto del nido de los colibríes – Cuento de Navidad 2021

Mauricio Priego 20/Dic/2021 4
El secreto del nido de los colibríes cuento de Navidad

Como ya es tradición en cada año, tengo para ustedes un obsequio: El cuento de Navidad 2021, el cual nace de mi deseo de llevar a sus hogares algo más que sólo temas financieros. En realidad, la verdadera riqueza la llevamos en nuestro interior. Confío que les guste…




Rayaba el alba y no había logrado pegar los ojos en toda la noche. Ya no tenía sentido alguno que siguiera acostada, por lo que se levantó de la cama preparándose para el nuevo día.

– «Otro día más…» – La imagen tras el espejo le regresaba la mirada con el mismo cansancio, con el mismo vacío que ella sentía.

Por delante le quedaban muchas horas de batallar para poder atender sus pendientes, entre juntas, reuniones de última hora, y nuevos encargos de su jefe. Y, claro, no faltarían los retrabajos que tendría que atender debidos a los errores y descuidos de otras áreas. Al final, el día terminaría como siempre: Con más pendientes de como había iniciado.

– «Y a fin de cuentas, ¿Qué gano realmente? No se reconoce mi esfuerzo, no logro salir adelante… Con trabajo pago la renta y vivo al día»

La imagen se quedó viéndola superficialmente, muda, indiferente.

Mientras desayunaba dirigió la mirada más allá de la ventana. Vivía en los primeros pisos de un edificio de departamentos, así que sólo lograba ver los departamentos que se encontraban al cruzar la calle.

De pronto, un súbito movimiento atrajo su atención. No alcanzaba a distinguir de qué se trataba, por lo que se acercó a la ventana. Era un pequeño colibrí de pecho azul y cabeza verdosa, cuyas plumas parecían brillar con el alba.

Se mantenía volando justo frente a su ventana. «Seguramente ve su reflejo» – Pensó. Y, mientras lo veía, de forma instintiva mezcló un poco de agua con miel en un cono de papel, cuya punta, con un pequeño agujero, sacó por debajo del quicio de la ventana. Después de unos momentos de paciencia, el colibrí decidió acercarse a libar el dulce néctar.

– «¿De dónde vienes?» – le preguntó desde el otro lado del cristal – «No tenemos cerca parques ni jardines con flores»

Como respondiendo a su pregunta, el colibrí se alejó de la ventana. Estaba a punto ella también de quitar el cono y alejarse, cuando observó una ventana abierta en el segundo piso al otro lado de la calle. La luz del sol naciente iluminaba una habitación en la que aparentemente había plantas.

Si bien anteriormente no había prestado atención a las ventanas de su vecindario, al salir de su casa esa mañana ubicó la ventana aún abierta. Desde la calle no lograba verse el interior, pero sí lograba escucharse trinos de aves. El colibrí – por lo menos parecía el mismo colibrí – entraba por la ventana en ese momento.

El sonido de pequeños golpes de madera contra piedra a su espalda atrajo su atención. Se trataba de una señora ya mayor, de edad inescrutable, que guiaba sus pasos por el sonido de un bastón que hacía oscilar suavemente frente a ella, golpeando en su recorrido la pared del edificio. Era ciega.

Se hizo a un lado en silencio para dejarle el paso libre. La señora siguió su camino hasta llegar a la entrada del edificio y, al buscar las llaves en su bolso, en un descuido, cayeron al suelo.

– Déjeme ayudarle – Le dijo al tiempo que las recogía y las ponía de vuelta en sus manos.

– Gracias hija. – Dijo la anciana – Y pensar que hay quienes afirman que ya no hay personas amables. ¿Quieres pasar?

– «¡Pasar!» – Pensó – «Ya se me hizo tarde para el trabajo y seguramente la señora lo que quiere es conversar un rato.» 

– Gracias, pero se me hace tarde – fue lo único que dijo.

– Comprendo, aunque es una lástima. Los huevos del colibrí deben estar por nacer, y un nido de colibrí es algo que no se ve todos los días.

– ¿Un nido de colibrí? – Preguntó – Disculpe, pero por un momento pensé que usted era invidente.

– ¡Y lo soy! – La señora sonreía alegremente – Yo no los he visto, pero he escuchado los zumbidos de la pareja desde que entraron por primera vez a la habitación, y los he seguido mientras construían su nido y cuidaban de sus huevos. Si bien los oigo, los huelo, siento su presencia, no puedo ver la escena. Pensé que tú podrías describírmela.

«¿Un nido de colibríes, en plena ciudad, dentro de la habitación de una anciana?» – Pensó incrédula. Pero había visto entrar al colibrí, eso era un hecho. Miró su reloj, ya no llegaría a tiempo a su trabajo y le descontarían una hora, así que 10 o 20 minutos más no harían la diferencia.

Está bien señora, gracias – Le dijo después de mandarle un mensaje a su jefe para avisarle que iba tarde.

Mientras subían las escaleras, la dama le iba contando cómo había llegado al edificio, y de su esposo ya fallecido. No pudieron tener hijos.

El monólogo continuó al entrar al departamento, sólo interrumpido por un ofrecimiento de agua o café. Cruzaron una pequeña habitación con una mesa, sillas, una vitrina llena de los recuerdos de una vida y una cama. Sólo había dos puertas: El baño y la única habitación del departamento.

Poniendo el índice ante sus labios, la anciana le indicó que hiciera silencio y, con suavidad, abrió la puerta de la habitación.

No podía creer lo que veía: Si bien el cuarto no era grande, tenía macetas en las paredes donde colgaban diferentes plantas trepadoras. En el piso tenía macetones con helechos entre otras plantas, en dos de los cuales tenía sendos arbolillos delgados. Finalmente, cerca de la ventana, había arriates con diferentes tipos de flores, bien cuidadas, de pétalos multicolores, algunas de las cuales despedían su suave aroma.

En las ramas de uno de los arbolillos alcanzaba una pareja de tortolitas. Un poco más allá, gorriones. Habría quizá en la habitación una docena de pajarillos que embebían el ambiente con un ligero murmullo de trinos, gorjeos, aleteos y, ocasionalmente, el tenue silbido de los colibríes, quienes habían hecho su nido en una de las macetas de la pared, entre las líneas y las gruesas hojas de una planta colgante.

La ligera brisa fresca que entraba por la ventana, y los rayos del sol que iluminaban hojas, flores y aves, completaban el cuadro. Un jardín irreal lleno de vida en un lugar imposible.

– Es… ¡Fantástico! – Susurró a la señora – ¿Cómo es posible? ¿Cómo lo hizo?

– Mi esposo era un romántico incorregible. De jóvenes siempre me decía que tendríamos una casa con un bello jardín. Yo le respondía «No te preocupes, que de todas maneras no podré verlo». Y él siempre me contestaba, «Pero podrás escuchar a las aves, oler el perfume de las flores, disfrutar de la brisa y sentir el abrazo del sol, como si fueran mis brazos quienes te brindan calor». Y si bien nunca tuvimos dinero y con trabajo compramos este departamento, él cumplió su promesa.

Guardó un silencio respetuoso ante el rostro feliz y nostálgico a la vez de la anciana. Comenzó entonces a describirle la escena, cuidando los detalles, tratando de transmitirle toda la belleza que tenía ante sus ojos.

Terminando le preguntó de qué vivía, cómo se sostenía si no tenía hijos. La señora, con una sonrisa, le respondió que sólo tenía la exigua pensión que le habían asignado tras la muerte de su esposo, y que, fuera de las idas al mercado, a la tienda, y el ocasional cruce con algún vecino en el edificio, estaba sola. El tiempo se había llevado ya a sus amigos de la juventud, uno a uno, incluyendo a su esposo.

Observó a la anciana por unos momentos. No se veía deprimida, triste o acongojada. Al contrario, proyectaba armonía e incluso alegría. No pudo evitar verse ante el espejo que le ofrecía aquella dama, y se vio a sí misma estresada, insatisfecha, frustrada. 

– Perdone la pregunta, pero… ¿Cuál es su secreto?

– ¿Mi secreto?

– Sí, su secreto para tener una vida plena a pesar de no tener nada… Ni siquiera la vista para disfrutar de su jardín.

– Hija, no tengo ningún secreto. Sólo soy agradecida. No puedo ver el jardín, pero agradezco a Dios que puedo disfrutarlo con mis oídos, mi olfato y mis manos. Quizá no tengo bienes, pero agradezco a mi esposo una vida de lucha conjunta, y el haber cumplido su promesa. Mis amigos ya se adelantaron, pero agradezco su amistad… Y quizá hoy viva generalmente sola, pero hoy te agradezco a ti el haberme permitido ver, a través de tus ojos, el regalo de la vida que bulle en mi propia habitación.

En ese momento, el zumbido de los colibríes se hizo más intenso. Y, mientras las aves se encontraban suspendidas en vuelo ante su nido, los huevos se abrieron, dando así la bienvenida a sus hijos.

Citas superación personal Mauricio Priego #MPPh

Mis mejores deseos para ti y tus seres queridos en esta Navidad. Y que la prosperidad, armonía y salud acompañen a tu familia a lo largo del año que está por empezar.

¡Felicidades!

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Referencias

4 Comentarios »

  1. Francisco Javier 26/Dic/2021 en 2:52 pm - Responder

    ¡Feliz Navidad!

    • Mauricio Priego 05/Ene/2022 en 5:25 pm - Responder

      Gracias Rubén!
      Disculpa que te conteste hasta hoy, pero con total sinceridad estuve de vacaciones familiares, totalmente desconectado de Internet.
      Te mando un fuerte abrazo y mis mejores deseos para ti y los tuyos en este año que inicia, ¡Éxito!

  2. Alejandro Lara Pineda 21/Dic/2021 en 10:32 am - Responder

    Muchas gracias Mauricio por compartir tu talento. Has influido positivamente en mi vida y te lo agradezco.
    Feliz Navidad amigo!

    Éxito, salud y bendiciones para ti y los tuyos.

    Saludos

    • Mauricio Priego 05/Ene/2022 en 5:34 pm - Responder

      ¡Muchas gracias Alejandro!
      Disculpa que te conteste hasta hoy, pero con total sinceridad estuve de vacaciones familiares, totalmente desconectado de Internet.
      Me alegra que el granito de arena que pueda aportar te sea de valor, así como el hacer sido bendecido con tu amistad.
      Te mando un fuerte abrazo y mis mejores deseos para ti y los tuyos a lo largo del año que inicia.

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