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La fortaleza del La Gratitud (Cuento)

Mauricio Priego 17/Abr/2017 7

La fortaleza de La Gratitud

Más allá de la fe y creencia religiosa de cada uno, hoy les regalo un cuento como presente de Pascua. No se preocupen que no trata de religión, pero sí de valores que brindan mayor riqueza que cualquier fondo de inversión. Confío lo disfruten…




Caminaba abrumando, agotado por la acumulación de largas jornadas de trabajo sobre su espalda. ¡Ojalá y cuando menos fuese trabajo productivo! Pero en juntas de última hora, tareas urgentes y la acumulación de formatos que llenar con la misma información pero diferentes destinatarios el tiempo se le iba como agua entre las manos. Y para colmo, como lo anterior no le eximía de sus responsabilidades, cada día llegaba más temprano a la oficina para retirarse cada vez más tarde, a costa de su tiempo y el de su familia.

Su familia… Llegar a casa era convivir con ellos un rato para dedicarse a contestar correos, preparar presentaciones o analizar reportes. Se justificaba diciendo que les dedicaba «tiempo de calidad», pero

La calidad no necesariamente reemplaza a la cantidad ¿O qué persona hambrienta saciaría días de ayuno obligado con 100 gramos del más selecto platillo gourmet?

Y por si fuera poco las tarjetas de crédito no paraban de subir, la hipoteca se volvía eterna y la inflación parecía burlarse de él al carcomer poco a poco el poder adquisitivo de su salario.

Sus pasos le llevaron hasta una transitada avenida, ante la cual hubo de detenerse a la espera de una oportunidad para cruzar hasta la otra acera. Mientras esperaba fue consciente de la presencia de más personas que, sumidas en sus propios pensamientos como él, también esperaban a que se detuviera el tránsito.

Sin embargo una de ellas llamó su atención: La señora se veía ya mayor. Su ropa raída y su cabello hirsuto insinuaban quizá una procedencia humilde. Llevaba con ella claveles, llegando a la conclusión de que quizá viviera del producto de su venta. Miraba temerosa al río de autos que avanzaban frente a ella, y cuando éstos finalmente se detuvieron,  otro río, pero ahora de gente, le empujaba presuroso de cruzar la calle.

– ¿Puedo ayudare? – Se escuchó a si mismo preguntarle a la dama mientras le ofrecía su brazo.

La señora le miró por unos instantes, asintió con la cabeza, y se aferró al brazo que le ofrecían. Cruzaron despacio, lo suficiente como para que el cambio del semáforo los sorprendiera antes de haber llegado a la otra orilla.

– No se preocupe, los autos esperarán a que terminemos de cruzar – Dijo para calmarla al tiempo que observaba a los conductores a través de los parabrisas agradeciéndoles su paciencia con una inclinación de cabeza.

Una vez que alcanzaron el otro lado de la avenida la dama le miró a los ojos mientras le ofrecía uno de los claveles.

– Gracias, has sido muy amable.

– No es necesario, – dijo devolviéndole la sonrisa sin intentar tomar la flor – fue un placer.

– No desprecies un obsequio por ser de procedencia humilde, ya que podría brindarte un valor mayor del que imaginas.

– Por favor no se ofenda. No es que lo desprecie, pero imagino que a usted le es de mayor utilidad.

– Tú la necesitas más que yo. – dijo mientras le sonreía – El sustento lo voy a obtener de un modo u otro, pero tú necesitas recordar la fortaleza que brinda la gratitud.

Observó a la señora alejarse entre la multitud extrañado por sus palabras. Después observó el clavel, una hermosa flor con filos color vino que bordeaban sus blancos pétalos. Las hojas verdes atestiguaban que había sido cultivado con cuidado. Si bien los claveles no despiden un aroma perfumado, lo acercó a su rostro mientras retomaba su camino.

Unos pasos más adelante se encontró con una persona que tenía problemas al tratar de meter una pesada maleta en la cajuela de su auto. Se acercó ofreciéndole ayuda, alejándose después de un «gracias» acompañado de un firme apretón de manos.

Posteriormente observó a una joven madre que peleaba con las bolsas de compra, sus hijos chicos y su bolsa mientras buscaba las llaves de su casa. Nuevamente se acercó ofreciendo cargar las bolsas, y una vez la puerta abierta, se alejó acompañado de una sincera sonrisa de agradecimiento.

Llegando a casa le recibió su hija pidiéndole le ayudara con la tarea, siendo un fuerte abrazo el premio a su paciencia. Posteriormente ofreció a su esposa ayudarla con los trastes, siendo en este caso un cálido beso el intercambio de muestras de agradecimiento.

Al día siguiente llevó el clavel a su oficina, y no pudo sino asombrarse de cuántas oportunidades de ayudar a otros encontraba a cada momento y que antes le pasaban desapercibidas.

El trabajo seguía siendo interminable, las deudas seguían exigiéndole su atención, pero algo había cambiado.

Había descubierto cómo con un pequeño gesto podía liberar a alguien más de su carga por más pesada que fuera, y que ésto, de alguna manera, le permitía al mismo tiempo liberarse de la suya.

Ayudar le ponía en contacto con otros seres humanos, lo cual alejaba a la soledad. Ayudar le brindaba sentido a su vida, venciendo con ello la monotonía de la rutina.

Y si bien no siempre las personas le expresaban su agradecimiento, quienes lo hacían le daban la fuerza necesaria para estar convencido de que estaba haciendo la diferencia, y con ello, alcanzando la trascendencia.

Un día, saliendo del trabajo, caminaba erguido hacia su casa. La tarde era fresca y disfrutaba de cada paso que daba. Al pasar junto a una florería descubrió claveles blancos con el filo color vino, decidiendo comprar algunos para regalar a su amada. No se había alejado unos pasos cuando sintió que le tocaban el hombro.

– Disculpe, – le decía una voz joven mientras se viraba – se le cayó su billetera.

Por unos instantes observó a quien le devolvía su billetera. Percibió sus hombros encorvados, las pálidas ojeras y la mirada distante.

– ¡Gracias! – le dijo al tiempo que separaba el clavel más bello del ramo.

– No hay de qué – Dijo mientras comenzaba a alejarse sin tomar la flor que le ofrecía

– No desprecies un obsequio por su apariencia humilde, – le detuvo al tiempo que le sonreía – ya que podría brindarte la fortaleza que brinda la gratitud.

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Referencias

7 Comentarios »

  1. Elizabeth Padilla 01/Ene/2018 en 6:27 am - Responder

    La gratitud hacia quienes te han brindado cualquier cosa que haya estado en su mano darte es siempre una bendición.
    Tanto para el que la da como para quien la recibe.
    Un sencillo gracias, toca corazones, abre puertas y crea una conexión de amor que ilumina el camino de ambos.
    GRACIAS Mauricio por que tu aportación a este mundo alumbra el camino de mucha gente que como yo, llegó a tu portal en una búsqueda, y encontró mucho más de lo que esperaba.
    Que el universo multiplique tu bondad, convirtiéndola en amor. Y que venga a tu vida en la forma que tu necesites para volverla plena y hermosa.

  2. Diego 18/Abr/2017 en 12:41 pm - Responder

    Excelente Mauricio, gracias por compartir

    • Mauricio Priego 24/Abr/2017 en 8:53 am - Responder

      Ha sido un placer Diego, ¡Éxito en tus proyectos! 😉

  3. AIDA 17/Abr/2017 en 12:45 pm - Responder

    todo esto es verdad¡
    como siempres gracias por tus asesorías siempre acertadas ¡

    • Mauricio Priego 24/Abr/2017 en 9:02 am - Responder

      Gracias a ti Aida. Es un placer saber que nuestro esfuerzo es útil para a alguna persona 🙂

  4. Enrique 17/Abr/2017 en 9:59 am - Responder

    Muy bueno, un abrazo!

    • Mauricio Priego 24/Abr/2017 en 9:02 am - Responder

      Gracias! 😉

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